jueves, 31 de marzo de 2011

Ya nunca llovería en París (11 rue Payenne)


ilustración y texto a cargo de Marta Nh
vida creada para Cecilia Gañán de Molina


".... -    Hasta mañana, Cécile – dijo Marcel desde la acera de enfrente mientras se tocaba la nuca.

-   11,Rue Payenne, si’l vous plaît.

Cerró con fuerza la puerta del taxi, sin perder de vista los zapatos de Marcel. Ya apenas acertaba a distinguir su silueta, pero seguía diciendo adiós con la mano por la ventanilla. Inesperadamente le brotó un suspiro, y esta vez tuvo conciencia de que quizá podría enamorarse de alguien como él.

Mientras recorría las últimas calles de Marais antes de llegar a su casa, pensó que era buen momento para dejar el ático. Podría avisar al casero esa misma semana y seguramente no tendría problema en encontrar algo más acogedor en la zona. Después de todo ya apenas se sentía parte de ese espacio.

Llevaba tiempo tomando capuccinos y croissants con Marcel. Había atardecido en los ventanales de casi todos los cafés de la ciudad mientras inventaban historias. Su preferido desde el principio fue Le café suédois. Estaba a pocas calles y siempre acababan subiendo a casa por las escaleras, y al abrazarse aún respiraban el olor de su pelo a mantequilla.

Anoche había sido especial.

En casa de Diane se reunía gente de muchas clases. Algunos ni siquiera tenían nada en común con ella más que haber compartido un café en la máquina de la oficina. Sin embargo, era única mezclando quesos, Bordeaux y tipos peculiares.

Por alguna extraña razón, esta vez solamente habían ido conocidos. Y todo apuntaba a que habían conspirado para que Marcel y Cécile acabasen hablando en un rincón ajenos a la música de fondo de Charles Aznavour. Esta vez no habría "Venecia sin ti", pensaba ella esperando alguna señal para sentirse arropada por sus largos brazos.
A Marcel siempre le había gustado la chica de las boinas de colores. Le parecía tan especial que perderla entre tanta parisina antipática sería un error imperdonable.  Sin dudarlo, le cogió por la cintura y le arrastró hasta encontrarse. Y bailaron como bailaban las parejas antes... Ya nunca llovería en París."

lunes, 28 de marzo de 2011

Rue Pierre Charron 53 (Miracle a Paris)


ilustración y texto a cargo de Stefanya Fontecilla Chudoba
vida creada para María Fernández Tamargo

 " Le printemps fleurit en rue Pierre Charron. Tandis que Paris dort encore, un bébé suit le dragon de ses rêves... "

Con los primeros rayos de sol, París reluce en su esencia.El alba abre las puertas a dulces olores que se mezclan entre si. Los croissants recién hechos acompañan la apertura del Café en rou Pierre Charron, 53. Mientras las sillas se amontonan aun vacías bajo los toldos.

Philippe, nervioso, corre de un lado a otro de la casa. Hoy tiene una reunión importante y no esta seguro de poder acompañar a su hija al colegio."¡Vamos Lilly!", grita desde la cocina. La pequeña arrastra su mochila con fatiga.

Luc, el bebé de la familia, duerme aun en su cuna, sus últimos sueños están llenos de aventuras donde revive todas las emociones del día anterior. Corre, corre, se dice a si mismo en el sueño. Desearía caminar como hace mamá y correr como esos niños que ha visto en el parque. Tal vez de esta manera conseguiría atrapar uno de los dragones que acompañan sus pensamientos, capturarlo, o al menos llegar a tocarlo. "¿Pero dónde se ha metido ahora este simpático dragón? " Luc abre los ojos, tras los barrotes ve el reflejo de la criatura en la ventana. Espérame, piensa el bebé, no me dejes. No, no llora, se desliza silencioso hasta la ventana, no sabe caminar pero gateando no hay quien lo pare.

El trafico cercano empieza a ahogar el canto de los pájaros, Phillippe acelera el paso, tendrá que saltarse su rutinaria parada en el café. Cuando pasando  por delante, un ruido   extraño lo bloquea, un segundo, algo cae desde el cielo, rebota contra el toldo, ¿vuela?, ¡no!, ¡es un niño!. Philippe abre los brazos al cielo, la luz lo ciega y el pequeño cae entre sus temblorosas manos. Una cigüeña muy despistada ha cogido el vuelo esta mañana, piensa Philippe, emocionado y aturdido entre el caos de la gente. Horas después todo es un simple recuerdo, la ciudad vuelve a su ritmo de vida. Será solo una noticia del periódico de mañana, de un nuevo café, de un nuevo sueño...

viernes, 25 de marzo de 2011

martes, 22 de marzo de 2011

Montmatre en invierno


ilustración por Ester García
texto a cargo de Cristian Alcaráz
vida imaginaria creada para pedro j. okña


Por las noches, París cambia su ego por disculpas, por el frío, por la nieve y los labios cortados, por la necesidad de refugio en cualquier parte.
Hace frío en Montmatre. Miro por la ventana de mi habitación y la ciudad me devuelve una postal en blanco y negro. Imagino que estoy dentro de una película de Godard y me transformo en vanguardista, en espejo de una soledad que me merezco y de la que estoy totalmente encantado.
No sé qué hacer.
Miro de reojo el lavabo. Siento la necesidad de encontrarme en esta ciudad tan fría. Rebusco entre los perfumes del armario y encuentro una maquinilla de afeitar. No me lo pienso dos veces y comienzo a desnudarme la cabeza. El pelo cae al suelo como gotas de ácido sobre la piel de un niño. Siento la libertad en las palmas de las manos, me gusta.
Ahora siento el frío de verdad. Los pelos de la nuca se erizan, los dedos de las manos se entumecen, mi corazón se vuelve más rojo y más duro, más cruel y más propio. Soy inverso –pienso–, me proclamo esquizofrénico número mil en esta ciudad de desquiciados.
Corro por las calles, me tropiezo, intento imaginar una vida en París peor que la mía, sigo corriendo, me falta el aire, tropiezo de nuevo y caigo en la acera. No sé a dónde ir. Nadie me está esperando. Duele este invierno.
Las avenidas ya no huelen a crepes, la nieve se apodera de mis pasos, los poetas no escriben en Montmatre esta noche. Entro en las iglesias para sentir el calor, junto con los vagabundos me tomo una copa de vino.

viernes, 18 de marzo de 2011

121 Boulevard St Michel




texto a cargo de Luisa Bernal
vida creada para p.strange

Las 8. Mi españolito debe estar al llegar. A ver qué me cuenta hoy...no creo que me supere: estoy convencida de que hoy ha venido el ganador de la semana...
He pasado toda la tarde con un aire nostálgico recordando nuestro primer encuentro: cómo por casualidad elegimos a la misma persona en el mismo lugar, cómo surgió un proyecto de vida en común... Aún dudo si cuando nuestro mecenas, Pierre, nos retó a darle rienda suelta a nuestra imaginación por separado, ya vislumbraba lo que acabaría pasando...
Pierre viene cada jueves a las 5,30 p.m. a Rose de Java, la librería de la Rue Campagne Première en la que trabajo desde hace 4 años. Se me agotaron las novelas policíacas excitantes que ofrecerle, abandonaba la tienda con aire triste... -me pregunto si todo era parte de una actuación premeditada-. Una tarde me esperó y me ofreció invitarme a un café si le contaba una historia. Para él, nunca daba detalles suficientes; me faltaba experiencia, me dijo. Casi me ofendí. 
El jueves siguiente me preguntó si estaría dispuesta a adquirir más conocimientos. Contesté que sí casi sin pensarlo y la rueda se puso en marcha y empecé a ganar mucho dinero por "mis historias". Si alguien se pregunta si en algún momento tuve remordimientos de que el paso previo a contar las historias fuese hacerlas realidad, le responderé cómo resolví el dilema: cada semana elijo a la persona que peor se comporta en la librería. Le suelo dar una segunda oportunidad haciendo caso omiso a su primera impertinencia pero no suele fallar: el que es mezquino se reafirma en todos sus actos.

Cambien el sujeto de esta historia por una tercera persona, donde leen jueves, imaginen un miércoles; cambien la Rose de Java por  Le Petit Prince, la librería del 121 del Boulevard Saint-Michel... y ya tienen la historia de Benjamín.
Algunas veces me gustaría que nuestro proceso de selección fuese más flexible. Siempre tenemos una guapa detective pelirroja con boina verde al acecho a la que no me importaría hacer que dejara de molestar. Sé que Benjamín no lo aprobaría y, sin duda, sé que sospecharía de mí si desapareciera así que ahora tengo un nuevo entretenimiento mientras me aburro esperando a que alguien entre en la librería: imaginar cómo deshacerme de ella esquivando a quien conoce todos mis trucos hasta el momento...

miércoles, 16 de marzo de 2011

rue Frederic Sauton 13







fotografías y texto por Agnes Deer
vida creada para Douxamer

Me encanta París, cada estación del año en esta ciudad es una aventura inolvidable, un ir y venir de luces y sombras que bailan al ritmo de una canción antigua. Quizás por eso me sorprendí al notar lo rápido que cambió mi vida cuando me llamaron para trabajar en la galería de arte. Recuerdo vagamente las primeras semanas en el hotel de la Place Pigalle, antes de irnos a vivir al 13 de la Rue Fredéric Sauton. La calle donde vivimos ahora no sale en muchos mapas pero tiene una situación privilegiada. A veces, si escuchas con atención se pueden oír las campanas de la catedral de Notre Dame, desde donde las gárgolas nos contemplan eternamente en lo alto.

Mi vida en esta ciudad se ha convertido en la “vie en rose”. Llego a creerme que el agua de París es capaz de curar todos los males porque cuando las nubes lloran París parece pronunciar su magia.  En días así , nos quedamos en casa con nuestra gata, Choux. Nos levantamos tarde bajamos a la boulangerie de debajo de casa y desayunamos croissants beurre que se deshacen en migas que más tarde recogerá Choux con sus patitas. A veces, en los días en los que la luz abraza, nos levantamos más temprano y vamos a los jardines de Luxemburgo. Yo con mi cuaderno de dibujo, Steve con su cámara, y para los dos una botella de vino que beberemos dejando que el glamour sea parte del arte de tenernos cerca.

Todo un mundo de felicidad se esconde en las calles de esta femme fatale, aún por explorar, aún por hacerla nuestra. Ahora, que lo pienso, mis ojos lo captan todo, el día a día me crece con la necesidad de revelar carrete sobre la espalda de este mundo tan francés y por fin casa. En poco más de un año Steve y yo hemos recorrido cada calle de Marais a Montparnasse. Él, yo y París, un perfecto menage a trois. La ciudad del amor es sin lugar a dudas el sitio donde me siento por fin capaz de querer. Muchas tardes cuando vuelvo de trabajar cruzo la Place de la Concorde y me paro a contemplar una ciudad hecha a la medida de la historia que estoy viviendo ahora.

Las estaciones pasan y ya no me siento una extraña, después de más de un año trabajando y viviendo aquí. París realmente te da la bienvenida, es la mejor habitación de la casa. París es ahora, el mundo entero para mí.

lunes, 14 de marzo de 2011

Rue de la Chapelle





texto y collages de Charlotte Goeders
vida creada para Betty Bundy

Me encanta París!... Es mucho más grande de lo que imaginaba... pero es sin duda lo que más me gusta de esta ciudad; poder pasearme por sus calles diminutas llenas de vida, detalles y sorpresas, sin rumbo y fingir que estoy perdida en no sé qué arrondissement. Aunque en realidad, casi nunca consigo desorientarme ya que el Sena es mi punto secreto de referencia.
El Pont des Arts es el paso obligatorio de todos mis paseos, este pequeño trozo de madera rodeado por agua, desde dónde París parece una postal, mires por donde mires... Parece que desde aquí el tiempo no pasa, y todos los transeúntes: turistas, parisinos pequeños, grandes, ricos, pobres, intelectuales, pintores, bohemios, vagabundos, se reúnen en este puente para ver como se detiene la ciudad durante interminables horas...
Si, me encanta París, y no me canso de decirlo. Levantarme por las mañanas, ponerme un abrigo muy gordo encima de mi pijama de flores y mis amadas UGG, para correr a la boulangerie de la esquina a por mi croissant y pain au chocolat es uno de mis mayores placeres. Este olor dulce y casero, lo disfruto con mis 5 sentidos y mientras vuelvo a casa y contemplo cómo se despierta la ciudad, me imagino cómo voy a degustar mis trofeos con el buen café que me está preparando Jules, en mi pequeño refugio de la rue de la Chapelle.
Tengo que subir 5 pisos andando, pero los croissants lo merecen, mientras subo el olor embriagador me lleva como a una plumilla por la robustas escaleras de madera.
Vivo en un estudio muy coqueto, pequeñito pero perfecto, tiene el tamaño ideal para Jules, mi gato Lulú y yo. Tiene vigas vistas en el techo y ventanas en cada habitación, y desde ellas contemplamos tejados y más tejados. Como me gustan! Y a Lulú creo que más. Se escapa y cuando vuelve, parece que me está sonriendo... ¿Que habrá hecho?
Jules es fotógrafo, le conocí oliendo flores en el mercado del XVIII. En realidad mientras las olía, un bicho enorme salió de su escondite para darme un buen pellizco en la nariz, supongo que era su manera de saludarme...
Jules me estaba observando a través de su cámara y le pareció tan graciosa la situación que no pudo evitar apretar el disparador mientras yo, entre sollozos, intentaba disimular.
Me enseñó sus fotos e intenté sonreír, me invitó a un café y, a pesar de mi vergüenza, le dije que sí, pasamos toda la tarde juntos, y luego días y luego años...  Llevo dos fabulosos años con él. La fotografía es su gran pasión, siempre pasea su cámara, incluso si no la necesita. Me dice: "On ne sais jamais ce qu'il peut arriver"... y me mira con una sonrisa porque sabe que sé lo que está pensando....

Sí... me encanta París, no quiero irme de aquí, espero poder seguir pintando sus calles y algún día, si todo va bien, poder exponer en una de esas galerías de la rue de Seine que tanto me gusta.

jueves, 10 de marzo de 2011

Boulevard St Michel 14


Collage de Francisca Pageo
vida creada para Marta Gómez

Cada día es un pequeño viaje hacia el interior de algo que estoy por descubrir, tal vez por eso no dejo de sorprenderme. Mi vida transcurre dentro de un laberinto de casualidades: desde como llegué a París hace ya 12 años hasta como levanté este pequeño hotel desde el que siempre te pienso cerca a pesar de nuestras no-distancias. Cada vez que viajas, que subes a un tren o un avión, me pregunto en cuantos momentos de ese trayecto me dibujas lenta y sutilmente como si al hacerlo pudieras alcanzar un centímetro de mi piel y entonces todo volviera a encajar, como en nuestros mejores momentos, esos que dan sentido a todo lo que realmente importa.

Apenas faltan 5 minutos para el amanecer y ya echo de menos desayunar contigo. Me levanto y encuentro señales de una pequeña búsqueda. “Nuestro amor está escrito en la ciudad” me dice una nota dentro del azucarero. Sonrío y sé que algo está por suceder, algo inevitable y que comienza lento como una canción que no te cansas de tararear y de la que jamás te aprenderás el título. Me visto y me pongo la chaqueta que compramos en Nueva York y descubro otra nota “…por eso te invito a pasear conmigo, a revisitar los lugares comunes” y junto a la nota 2 tickets para cenar en “le bateaux mouche” esta noche. Eres impredecible todavía no se como vas a hacer para regresar de Lyon tan pronto y con ganas de barco….casi puedo escuchar los violines y la ciudad seguro que cambia al mirarla por debajo de los puentes, haciéndose tan distinta que parece estar vista por los ojos de otro.
Vuelvo a la realidad y cierro la puerta de casa. Dejo atrás el boulevard St. Michel no sin atrás comprar un caffé latte y un delicioso pain au chocolat, de los que no engordan y hacen tan buenos debajo de casa. Henri ha preguntado por ti y me ha dicho que tiene que enseñarte algo que por fin ha conseguido, no ha querido contar más. Temo que será otro viejo disco de vinilo así que me haré a la idea de que una tarde entera estarás ayudándole por enésima vez a hacer funcionar el viejo tocadiscos que comprasteis a medias por Internet. Espero que no te olvides de mí…

París está repleto de gente que parece huir hacia las obligaciones, pero también hay gente que cuida los detalles, que sonríe, que te acompaña para enseñarte como llegar a esa floristería de la que tanto te han hablado y que tiene un maravilloso ejemplar de orquídea vietnamita. Es curioso, pero esta ciudad encierra algo que no se parece  a los clichés que tanto buscan los turistas. Hay que vivirla dejar que te adopte y te muestre lo bueno y lo malo, es entonces cuando  al amarla tan intensamente un sentimiento te invade y sabes que no podrás dejarla atrás sin sentir que has perdido algo realmente importante.

De tanto pensar ya estoy delante de la cancela que da paso al jardín del hotel, es tan pronto que la verja todavía permanece cerrada. Giro la llave y entro despacio en el país de la calma, este jardín acolcha la ciudad y la esconde, desde allí, ambos lo sabemos, solo se escucha el leve rumor del viento entre las ramas. Ya queda poco para ver florecer los primeros brotes y aún así casi puedo oler la primavera bajo tierra. Me acerco al árbol que plantamos juntos y lo abrazo, es increíble la humanidad que encierra la corteza, por un momento noto que estás al otro lado y es entonces cuando al mirar hacia arriba veo otra nota “…Porque viajar de noche me permitirá recorrer despacio el camino para soñarte dentro”.


Y después de algo así las piezas encajan justo al ritmo de la hierba, cada palabra es una forma de asegurarme de que es  justo aquí donde debo estar, atenta a los detalles que guarda cada movimiento que hacemos, cada costumbre. Porque todo esto es lo bastante importante como para querer mantenerme a salvo. Ya son muchos años y aún así el amor me trepa hasta el comienzo, es inevitable, porque como tú bien sabes soy una mujer de enredaderas.

domingo, 6 de marzo de 2011

La vida secreta en la Rue dauphine




Fotografías de Jesús Gachez
vida creada para Ester Borrego


París... ¡oh la la la!
La capital de la France, la ciudad de la luz, de la Seine y de la scene
La ville de la Tour Eiffel, de Notre Dame, des Champs-Elysées, del Arco de Triunfo y la Basílica del Sacré Cœur..
La ciudad que sedujo a Balzac, Zola, Cortázar y Apollinaire...
A la que cantaron Edith Piaf, Gilbert Bécaud y Charles Aznavour...
París... ¡oh la la la!
Me llamo Ester y acabo de llegar a París.
Busco casa en Saint-Germain-des-Prés y encuentro fantasmas en cada esquina
En la Rue Dauphine, Pierre Curie, me sube a lomos de un caballo, el mismo caballo que lo arrolló en 1906. La misma calle.
Hoy es otro tiempo. Son los años 60 y París bulle en las calles, te acoge en sus brazos, te hace sentir en casa desde que llegas.
No quiero filosofar sobre la nada pero busco un lugar en las nubes para vivir. Un lugar desde el que pueda ver los tejados de la ciudad, desde el que pueda ver, incluso, el horizonte perdido en las brumosas mañanas del invierno.
Desde mi ventana, tengo la ciudad a mis pies.
Las paredes son frágiles, debajo de un cuadro hay un pequeño orificio en la pared. Miro curiosa a través de él y sorprendo a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y François Mauriac conspirando por la libertad.
¡Liberté, egalité, fraternité!. Todos somos libres, iguales y hermanos en París.
El pequeño orificio se abre como una puerta y yo cruzo al otro lado. Como la Alicia de Carroll a través del espejo.
Mañana volaré como Ícaro y me posaré sobre el Odeón para colarme en el teatro del absurdo.
O cruzaré la Seine para llegar a L’Olimpia y escuchar a Georges Brassens y Jacques Brel.
Nada es imposible en París. 
Ya no quedan amantes en los bancos de los parques de París, y sin embargo alguien grita desde el Pont Neuf: -¡Ne me quitte pas! Y yo espero con los pies colgando sobre lo que aún será, de mi, en esta ciudad.

jueves, 3 de marzo de 2011

en una pequeña calle de la Isla de St Louis







fotografías de Sergio Aritmendiz
texto de Joanaina
Vida creada para Susana Miranda

Pelirrojo y con unos pantalones azules cortos, un niño me pasa rozando el vestido al aletear los brazos como si fuese un avión. Sorprendida, cuido que Flocon esté bien; me mira tanto con esos ojos de “no me hables que soy perro” que me hace sonreír.
Es media tarde pero la ciudad parece estar latente bajo los timbres de las bicicletas y unos cuantos coches. Bajo el puente de la Tournelle hay un grupo de amigos bailando swing y las faldas de las chicas parecen tornasoles reflectando las briznas de la tarde. En los maceteros del puerto de Montebello están plantando mimosas y la brisa del río conforma un perfume embriagador. He agarrado bien a Flocon para que no se lance al agua y se convierta en un copo de nieve maltesa derritiéndose y, al subir las escaleras, lo arrastro hasta el aparador de una tienda de pañuelos, sombreros y broches. La brillantez de algunas piedras arremete contra los cristales y decido entrar. La tienda huele a madera limpia. El vendedor, un joven de ojos verdes que lleva tirantes, consigue que me compre un sombrero verde que me casa con el abrigo. Al salir, la tarde va cayendo sobre los edificios señoriales, dentro de las ventanas ya entreabiertas y bajo mi constante pasear. Unas calles más tarde, en una pequeña plaza cercana al Barrio Judío donde un grupo de niñas juega a la rayuela, me paro a merendar y a descalzarme los tacones. La crêpe de chocolate me hace sentir como en casa, pues en el entresuelo del edificio donde está mi buhardilla hay una pâtisserie que hace bombones. Y así, viendo a la gente pasar a través del humo de mi cigarrillo y mis manos tenues, cierro los ojos. Pero si los abriera observaría como, unas mesas más allá, hay un hombre leyendo el periódico que me mira sin cesar. Será que la primavera ha llegado a mi noche.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Rue André Barsacq nº 14


Fotografía de Sonia Marpez
texto de Juan Bello
vida imaginaria creada para Rubén González

Viviríamos en una buhardilla. Número 14, Rue André Barsacq. Yo pintaría el amanecer desde la ventana de la cocina. Tú escribirías unos versos. Yo pintaría el anochecer desde la ventana de la cocina. Tú recitarías a Mallarmé. Fumaríamos opio, beberíamos absenta. Las noches serían agua rota.

Viviríamos en una buhardilla. Mis cuadros estarían por los pasillos. Tú escribirías poemas en las paredes. Invitaríamos a poetas, actores, fotógrafos, pintores. Cenaríamos en Chez Maurice. A ti te encantaba. Yo odiaba a todos esos bohemios. No me gustaban sus sombreros de copa.

Rue André Barsacq. Tú comprarías fruta en la tienda de abajo. Después de comer iríamos al café L’Arbre. Yo fotografiaría a la gente tomando té. Tú me preguntarías por qué me gusta tanto tomar fotos. Ansío la eternidad, te respondería. Tú me hablarías de morir jóvenes. De permanecer en un verso.

Fumaríamos opio, beberíamos absenta. Pasearíamos junto al Sena. Yo dibujaría a los bañistas en mi moleskine. Tú escribirías un verso: La fugacidad atrapada en las ondas del agua. Iríamos al cementerio de Père Lachaise. Visitaríamos la tumba de Oscar Wilde. Recitaríamos a Mallarmé, a Rimbaud, a Baudelaire.

Viviríamos en una buhardilla. Yo pintaría el amanecer desde la ventana de la cocina. Tú caminarías desnuda por la galería. Nos gustaba nuestra soledad a esas horas. El silencio de los tejados. Yo odiaba a todos esos bohemios. A ti te encantaban.

Rue André Barsacq. Bajaríamos a la tienda de antigüedades. Comprarías botellas extrañas. Después me dirías que eran de viejos piratas. Yo te fotografiaría sentada en un banco, junto a una bicicleta. Esperaríamos a que se encendieran las farolas. Fumaríamos opio, beberíamos absenta. Subiríamos a lo alto de la Torre Eiffel.

Mis cuadros estarían por los pasillos. Tú te quedarías mirando ese en el que sale una niña saltando en un charco. Invitaríamos a poetas, actores, fotógrafos, pintores. A ti te encantaban. Yo odiaba a todos esos bohemios. Me gustaba nuestra soledad.

Viviríamos en una buhardilla. Las noches serían agua rota. Fumaríamos opio, beberíamos absenta. Tú recitarías a Mallarmé. Yo te pintaría desnuda en la galería. Pasearíamos junto al Sena. Echaríamos unas monedas a los mimos. Tú me preguntarías por qué me gusta tanto tomar fotos. Ansío la eternidad, te respondería.