ilustración a cargo de Belén Segarra
texto a cargo de Cristian Alcaraz
vida creada para Chantal Christine
Existo, y a cada paso que doy estoy más convencida de ello.
Mi nombre es Chantal Christine, soy relaciones públicas del
Hotel Crillon y me gusta el color rojo. Rojo en las paredes, rojos los
vestidos, rojo el tiempo, atardeceres, labios rojos.
París es rara. En mi bicicleta recorro sus calles con la
intención de tropezarme y caer encima de algún poeta, de algún ave, de alguna
luciérnaga encendida que me dé paz y una vida diferente. Quiero apartarme por
un momento de los grados y las leyes de gravedad, enamorarme y comprender el
mundo con una mano diferente a la mía.
Todos los jueves, después de refugiarme en algún libro de
segunda mano, visito la Opera Garnier. Me dejo llevar por algún Dios y resucito
en el mismo instante: notas y tranquilidad, autoafirmación y corcheas en un
mismo trago... Siempre he querido tocar el violín, siempre he querido crear
belleza para otros, desnudarme, quedarme dentro y salir en forma de mecanismo
roto, quizá suspiro, sí… en forma de suspiro me vale.
Es 19 de septiembre de 1954, y llueve. Elliot, el vecino de
la puerta B, quiere enseñarme algo… He pasado un día de locos, pero no puedo
negarme a su compañía ni a visitar de nuevo su salón repleto de libros (muchos
de ellos rotos o mal encuadernados). Me dice que coja uno, quiere que lo
destruya y reparta sus hojas por la plaza. Eso hago, no pregunto. Justo
enfrente vive Charlotte, diseñadora de Chanel y una buena amiga. Le gusta
desmitificar su trabajo y odia la vulnerabilidad de las mujeres de clase alta.
Se parece mucho a mí. Juntas vamos a repartir las páginas del libro por las
calles.
Dejamos parte de El
Camino, de un autor español de apellido Delibes, detrás de un árbol, bajo
un peldaño roto, sobre una ventana color azul. Deseo que quien encuentre esas
palabras decida dejar otras en otro lugar y así continuar un camino de
relaciones anónimas y fugaces. Esta noche dormiré muy bien.
Despierto a las 10:35. Llego tarde al trabajo. Falda roja,
siempre. Miro de reojo el buzón antes de salir del portal y pegado a él
encuentro una nota. Parece parte del libro que regalamos ayer al mundo
Charlotte y yo. Lo leo con tranquilidad y descubro un nombre escrito con tinta
por el reverso: Eduardo. Me quedo callada e imagino una vida con él, imagino
cómo huelen sus manos. Respiro hondo y salgo a la plaza furstenberg. Me dejo
llevar por la belleza de París, de esta ciudad tan rara. Hoy no me importa
llegar tarde a trabajar, pienso que alguien me está esperando en cualquier
paso.
3 comentarios:
¡¡Esa bicicleta es lo más!!
Me están encantando las últimas vidas es París.
Ésta en concreto es de las más especiales que he leído.
Me parece perfecta y muy favorita.
(preciosas ilustraciones Belén Segarra)
Muchas gracias :)
Un placer estar en este proyecto, además con una vida tan bonita!
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