ilustración a cargo de Javier Termenón
texto a cargo de croissant femme
vida creada para Maider Belloso
Como cada mañana, en el número 30 de la calle Bourg Tibourg de París, Maider Belloso se levanta muy temprano para desayunar una enorme taza de Rooibos y un delicioso cruasán de mantequilla de la tiendita de abajo. Le encanta hacerlo frente a la ventana, dejando volar su imaginación y viendo pasar gente, momentos y recuerdos. Es en ese mismo instante del día cuando comienza a plantearse como a sus 70 años de edad ha llegado a estar frente a esa ventana, lejos de su familia, lejos de todo lo que antes la ataba.
Siempre se ha considerado una mujer fuerte, alegre y con ganas de vivir lo que siempre había soñado. Tras la muerte inesperada y repentina de su marido, decide dejar a un lado su atareada vida familiar y trasladarse a París, ciudad por la que desde muy joven había tenido cierta debilidad.
Por fin dedicaba tiempo a lo que de verdad le gustaba, dejaba de estar ligada a una rutina que nada le satisfacía para pasar a disfrutar de los pequeños placeres del día a día lejos de su pasado.
Miró el reloj de la cocina, eran las diez menos cuarto cuando terminó de desayunar. Bob la estaría esperando como siempre en aquel pequeño jardín que estaba al final de aquella misma calle. Dejó su taza dentro del fregador, cogió el platito donde había colocado su delicioso cruasán y humedeciendo sus dedos rebaño del plato las pequeñas migas de hojaldre que habían caído en él al comérselo.
Se colocó su abrigo verde hoja y saliendo por la puerta comenzó a sonreír sabiendo con certeza que aquella iba a ser una muy buena mañana.
Le encantaba quedar con Bob, pues fue toda una sorpresa para ella encontrárselo tantos años después en aquella maravillosa ciudad. ¿Casualidad o destino? Solía preguntarse cada vez que le veía.
Bob era un antiguo compañero de universidad de Maider y ahora andaba jubilado y con la cabeza puesta en otras cosas. Fue todo un imprevisto encontrárselo aquel miércoles por la tarde en la clase de yoga a la que solía asistir regularmente. Desde entonces volvieron a entrelazar sus vidas en aquella aventura parisina.
Solían salir a pasear por aquellas calles adoquinadas contándose sus vidas y riendo sin parar como dos adolescentes. A veces incluso se sentaban en algún bonito jardín para descansar y observar a las miles de parejas que viajaban a París en busca de romanticismo.
La nueva vida de Maider en París le hacía sentirse especial, estar en un lugar lejos de lo que ella normalmente conocía, enriquecía su cabeza y también su corazón, fortaleciendo cada día más sus ganas de vivir y disfrutar de la vida con afán y esperanza.
4 comentarios:
preciosa historia y magnífica ilustración!! es casi como estar allí...
Que razón Anna; Que genial sería emular a Maider, ¿verdad?
Enhorabuenta también a Javier Termenón, yo viviría en las plantas más altas del número 30, haciendo equilibrio.
Mil gracias! ¡Qué ilusión!. Qué sorpresa tan agradable de par de mañana...
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