diseño creado por María de Miguel (Emes)
texto a cargo de Susanna Issern
vida creada para Lidia Buitrago
Hoy
diluvia en París. Y no sé si es que alguna gota de lluvia se estará bañando en mi
café pero, por algún motivo, no tiene el sabor de todos los días. Además, ayer
anunciaba la météo que esta tormenta de agua vendría cargada con arena del
Sahara. Me emociona pensar que en mi humeante taza pueda haberse diluido una
pizca de desierto. Incluso mi vanidad, como profesional de la moda, me lleva a
creer percibir un cambio sutil en el tono del café, que tira algo más a ocre, exactamente
una gota más.
Hace
ya unos meses que me mudé a rue Lepic. Encontré un ático lo bastante espacioso
como para instalar allí mi propio atelier y lo bastante económico como para podérmelo
permitir. El edificio es antiguo, pero cuco. Y tan alto que, mientras diseño y
dibujo, coso y descoso, veo a los gatos hacer equilibrios sobre los tejados
parisinos y a las palomas glotonas alzar el vuelo desde Montmartre.
Muchas
tardes cierro pronto el taller y salgo a dar un paseo en bicicleta. Pedalear junto
al Sena, explorar la ciudad y callejear por barrios desconocidos; es mi
debilidad. En los lugares más insospechados descubro, escondidas, pequeñas
tiendas de moda. Me detengo y las observo ensimismada mientras sueño despierta que
mis diseños lucen en sus escaparates: “algún
día”, me digo, “algún día”.
A
última hora, con o sin paseo en bici, me siento en una terraza cerca de casa y
me tomo un café au lait. Miro a la gente pasar. Me gusta observar sus ropas y
complementos e intento adivinar, a través de ellos, su personalidad, su profesión
y sus aficiones. Hoy priman las bottes de gomme, las gabardinas y los paraguas,
moteados por gentileza del polvo en lluvia sahariano.
Casi
todos los días a la misma hora pasa por aquí un chico muy interesante. No se
puede decir que sea guapo, pero tiene algo especial. Hasta tal punto que, de
alguna forma, se ha convertido en mi maniquí particular imaginario. De hecho, la
nueva colección masculina para este otoño-invierno la he diseñado pensando en
él. Me divierto vistiéndole y desvistiéndole. Probándole conjuntos y distintas
combinaciones de colores, zapatos, cinturones de leopardo, sombreros, gorros y
bufandas. Si supiera que tengo un armario sólo para él…
Volviendo
a mi café medio vacío, me pregunto si habré ingerido ya aquella partícula
viajera. Y mientras discurro sobre algo tan poco trascendental como eso, le veo
avanzar a lo lejos. Como siempre, me pongo nerviosa, me siento colorada. Me
escondo detrás de una novela y le observo sin perderme el más mínimo detalle. A
medida que se acerca percibo que algo a mi alrededor llama su atención. Cuánto
más se aproxima más segura estoy de que es a mí a quién mira. El corazón se me
va a salir del pecho, las hojas de mi libro han empezado a temblar y me ha
entrado tal sofoco, que mi cuerpo se pondrá a arder en cualquier momento.
Con
semblante tranquilo, ajeno a mis sensaciones, ha llegado hasta mí y se ha
parado a la altura de mi mesa. Me ha mirado fijamente unos segundos, durante
los cuales no he sido capaz de reaccionar, y finalmente ha exclamado: “Excusez-moi, mademoiselle, una curiosidad:
hoy sus ojos tiran algo más a ocre, exactamente una gota más.”
1 comentario:
A mí me ha gustado. Y no poco :]
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