viernes, 2 de septiembre de 2011

Rue Lepic . Día de lluvia




vida-en-paris_72


diseño creado por María de Miguel (Emes)
texto a cargo de Susanna Issern
vida creada para Lidia Buitrago

 
Hoy diluvia en París. Y no sé si es que alguna gota de lluvia se estará bañando en mi café pero, por algún motivo, no tiene el sabor de todos los días. Además, ayer anunciaba la météo que esta tormenta de agua vendría cargada con arena del Sahara. Me emociona pensar que en mi humeante taza pueda haberse diluido una pizca de desierto. Incluso mi vanidad, como profesional de la moda, me lleva a creer percibir un cambio sutil en el tono del café, que tira algo más a ocre, exactamente una gota más.
Hace ya unos meses que me mudé a rue Lepic. Encontré un ático lo bastante espacioso como para instalar allí mi propio atelier y lo bastante económico como para podérmelo permitir. El edificio es antiguo, pero cuco. Y tan alto que, mientras diseño y dibujo, coso y descoso, veo a los gatos hacer equilibrios sobre los tejados parisinos y a las palomas glotonas alzar el vuelo desde Montmartre.
Muchas tardes cierro pronto el taller y salgo a dar un paseo en bicicleta. Pedalear junto al Sena, explorar la ciudad y callejear por barrios desconocidos; es mi debilidad. En los lugares más insospechados descubro, escondidas, pequeñas tiendas de moda. Me detengo y las observo ensimismada mientras sueño despierta que mis diseños lucen en sus escaparates: “algún día”, me digo, “algún día”.
A última hora, con o sin paseo en bici, me siento en una terraza cerca de casa y me tomo un café au lait. Miro a la gente pasar. Me gusta observar sus ropas y complementos e intento adivinar, a través de ellos, su personalidad, su profesión y sus aficiones. Hoy priman las bottes de gomme, las gabardinas y los paraguas, moteados por gentileza del polvo en lluvia sahariano.
Casi todos los días a la misma hora pasa por aquí un chico muy interesante. No se puede decir que sea guapo, pero tiene algo especial. Hasta tal punto que, de alguna forma, se ha convertido en mi maniquí particular imaginario. De hecho, la nueva colección masculina para este otoño-invierno la he diseñado pensando en él. Me divierto vistiéndole y desvistiéndole. Probándole conjuntos y distintas combinaciones de colores, zapatos, cinturones de leopardo, sombreros, gorros y bufandas. Si supiera que tengo un armario sólo para él…
Volviendo a mi café medio vacío, me pregunto si habré ingerido ya aquella partícula viajera. Y mientras discurro sobre algo tan poco trascendental como eso, le veo avanzar a lo lejos. Como siempre, me pongo nerviosa, me siento colorada. Me escondo detrás de una novela y le observo sin perderme el más mínimo detalle. A medida que se acerca percibo que algo a mi alrededor llama su atención. Cuánto más se aproxima más segura estoy de que es a mí a quién mira. El corazón se me va a salir del pecho, las hojas de mi libro han empezado a temblar y me ha entrado tal sofoco, que mi cuerpo se pondrá a arder en cualquier momento.
Con semblante tranquilo, ajeno a mis sensaciones, ha llegado hasta mí y se ha parado a la altura de mi mesa. Me ha mirado fijamente unos segundos, durante los cuales no he sido capaz de reaccionar, y finalmente ha exclamado: “Excusez-moi, mademoiselle, una curiosidad: hoy sus ojos tiran algo más a ocre, exactamente una gota más.”


1 comentario:

María Elena Higueruelo dijo...

A mí me ha gustado. Y no poco :]

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