ilustraciones a cargo de Paula Bonet
texto a cargo de José Alberto Arias Pereira
vida creada para Verónica Algaba
Cae la noche en
París
Un día puede cambiar
tu vida. Una persona puede cambiar tu vida. Pero, ante todo, una ciudad puede
cambiar tu vida. Llegué a París una noche de otoño tras cinco días de carretera
ininterrumpida. Encontré al poco, gracias al amigo de una amiga, casa que
compartir con dos griegos y una italiana escultora en la Rue Rivoli. El piso
estaba lleno de cuerpos a medio modelar, de cuadros de desconocidos, cojines y
pufs donde pasar las horas.
En cualquier caso, yo no había ido a
París a convertirme en un cliché. Amaba el arte por encima de todas las cosas,
y la fantasía de recorrer el Louvre como en una peli de Godard, de visitarlo a
diario, al fin estaba a punto de hacerse realidad.
La primera vez que visité el museo
fue bastante decepcionante. Todo era tan ordenado, tan metódico, tan ASÉPTICO
que apenas percibí la magia del lugar. A pesar de todo, volví al día siguiente
y me fui alejando del grupo poco a poco. Así, progresivamente comencé a idear
un plan para cumplir mi sueño. Cuando cerró el museo al séptimo día de mi
llegada, en lugar de irme como hacían el resto de los visitantes, esperé a que
se produjera el cambio de guardia. Un señor corpulento, de nariz grande y
espalda ancha, salió y saludó a un joven que fumaba indiferente en una de las
puertas traseras. En cuanto se apretaron las manos, la diferencia entre ambos
se hizo casi irrisoria.
Yo observé en silencio hasta que el
joven entró. El grandullón de miró con desinterés y se alejó con su lento
caminar. Entonces, procedí. Golpeé con los nudillos hasta que abrió el joven
vigilante. Me fijé en el revólver que le asomaba junto al cinturón y en la
placa con el nombre.
-¿Qué quieres? -preguntó en francés.
-Hola, me llamo Verónica y voy a
hacer que pases la mejor noche de tu vida si me haces un favor.
-Buenas noches -se limitó a decir, y
cerró en mi cara.
-¡Pascal, Pascal! Si no me abres,
jamás sabrás como podría haber sido esta noche y cuando seas viejo y estés
echando de comer a los patos del parque te acordarás de mí, de las largas horas
de aburrimiento y te maldecirás por no haber aceptado mi propuesta. Pero
entonces será demasiado tarde y no podrás volver a este momento, y lo
lamentarás para siempre.
Esperé unos segundos eternos a la
espera de cualquier respuesta. Al fin, la puerta cedió unos centímetros.
-¿Qué favor? -preguntó.
-Déjame entrar. Te contaré una
historia por cada cuadro, te cantaré canciones que nadie conoce, nos reiremos
de la Gioconda y haremos un picnic en la sala Van Gogh. ¿Qué me dices?
-Anda, pasa -dijo, y dejó escapar un
profundo suspiro.
Nada más entrar, eché a correr por
los pasillos mientras perdía de vista a Pascal, que me llamaba y preguntaba mi
nombre con pánico en la voz. “¡Verónica!”, gritaba yo a todos los cuadros. Me
detuve frente a la Gioconda, menuda, inocente, intrigante.
-Querida, me llamo Verónica. Ha sido
un placer dar contigo al fin. Sshh...el guarda no me quería dejar entrar.
¿Sabes qué? Creo que está celoso. Estos franceses... No te muevas, te voy a
dibujar.
Saqué un carboncillo y un cilindro
de papel grueso y esbocé sus piernas. Le dibujé unas piernas a la Gioconda.
“Por si algún día te cansas y prefieres huir”, le expliqué. Casi no me di
cuenta de que Pascal nos observaba en silencio al otro lado de la galería.
Sonreía. Entonces saqué una Polaroid y eché una foto de nosotros tres. Y fuimos
a la sala Van Gogh, donde cenamos unos sandwiches vegetales y vino tinto, y
brindamos por el pintor pelirrojo, que murió sin haber vendido ni uno de sus
cuadros. Pascal y yo acordamos algo: le visitaría todos los lunes hasta
contarle una historia por cuadro, cenaríamos juntos y beberíamos vino francés
de la botella. Al despedirme, le di un beso en la mejilla y tiré de mí para
llegar a la salida corriendo. Entonces, lo besé en los labios.
Salí de allí a las seis o siete de
la mañana, no sé bien, y llegué andando a la calle Lepic. A unos metros me
observaba un perro pequeño, gordo y gracioso. Le asomaba la lengua por el lado.
Adopté al carlino y lo llamé Poulain. Ésa fue la primera gran noche de mi vida.
3 comentarios:
El detalle de ponerle piernas a la Gioconda es insuperable :)
Siempre me acabo enamorando de tus personajes.
Paula, has hecho unas ilustraciones alucinantes. Espero que la historia haya estado a la altura :D
@evergis, gracias por comentarlo. No sé en qué momento se me ocurrió :P
@Jara, vamos juntos en esto. Drago y eso, no? :)
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